No pongamos distancias entre los frutos y los besos,
ni entre la tierra buena y las raíces
deseosas de elevarse sobre el mundo
para contemplar la mar.
Ni siquiera entre el verso triste y el alegre.
Las distancias siempre nos acercan la noche
que nunca pudo percibir la sencillez
absoluta de los almendros en flor.
Unamos nuestro sol invisible,
nuestro corazón siempre esperanzado y fecundo,
nuestro verso recién nacido,
nuestra palabra cálida y virginal
a los veneros del alba para libar de ellos luz,
y a los del llanto y las tinieblas
para secarlos desde sus orígenes.
Dejémosle las distancias al tiempo.
Él será quien, sutilmente, las imponga
a su paso tan inexhaustible como disciplinado.
Del libro Sustancia de vida
Carlos Benítez Villodres-