Poemas

A la mujer que fui

Mi nombre entra a una lágrima

 

Yo te vi en mediodías ardidos de verano

cobijada en el frescor de sombras y de ramas.

Te vi tejiendo anillos con la felicidad

mientras cerrabas pactos de infinito.

Con la boca dulce, te vi, llena de verdes.

Danzabas sueños hechos de paisajes.

Eras colibrí que libaba en el amanecer más hermoso.

Bebías palabras, escribías poemas.

Te nacieron libros –¿recuerdas los años?-.

Te llenabas de pupilas tatuadas de cielo.

Yo te vi sentada junto a la alegría;

correr en grandes círculos jugando al mundo.

Regalabas frases; perseguías insectos invisibles.

El día te estallaba de luz perfumada de voces.

Ella –la pequeña de pestañas blancas

y mirada como almendras-,

olisqueaba el aire, la vida, el pasto.

Las otras volaban, rodeaban tus libros, picoteaban arroz.

Te vi rodeada de amor en tardes que partían.

Te vi en invierno, cálida y feliz.

Recogías en otoño hojas escarlata y admirabas su belleza.

Te sentías plena con los brotes de septiembre

y con lluvias de octubre bordabas la dicha.

Te vi plácida entre árboles junto a la eternidad.

Sí; yo te vi. Eras mucho, mucho más

que esta pobre mujer que hoy esconde sus ojos.

Mucho más que esta tristeza.

 

Susana Cattaneo-

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