Sostengo en mi mano
un puñado de vainas de algarrobo.
En cada una de ellas,
en cada estuche dorado,
maduran su sueño las semillas.
Las semillas de algarrobo,
las semillas del sol,
el oro americano.
Yo no lo sabía pero ahora lo sé:
cada pequeña semilla
es casi idéntica a otra.
Tienen la misma forma
y el mismo color
y el mismo tamaño
y hasta el mismo peso las iguala.
Por ello, alguien,
un inglés cualquiera,
/ en el tiempo en que los ingleses
eran los dueños del mundo /
pensó que había que aprovechar
esa maravillosa constancia.
Que ese uniforme milagro
debía tener precio y medida.
Y así nació el quilate.
En las joyerías suntuosas
de Londres o de Roma
o de París y Venecia,
minuciosos orfebres
equilibraron los platillos
para aumentar la ganancia:
de un lado oro, diamantes, gemas sin cuento
y en el otro semillas y semillas
de algarrobo.
Hoy nosotros ya hemos olvidado
esta historia y acaso nos parezca
que tiene cierto olorcillo a fábula
y no a suceso verdadero.
Pero yo la recupero
porque creo que América es esto:
el despojo más grande del que se tenga noticia
y a la vez la riqueza más grande.
Por eso entre mis manos
contemplo este tesoro
que no pudieron arrebatarnos:
las semillas del Taku,
las semillas del sol,
las semillas que sueñan
desde su cuna dorada
con el oro de América.
Luis Alberto Taborda-