En cada casa del día te miro
como si fueras todas las ventanas,
uno por uno los llamados de la geografía.
Te miro entre naves blancas
que vierten el algodón de su sombra
en el mar callado
hondamente quieto en el rumor
del viento que inventa recónditos
pasajes de guitarras, te miro.
Te miro en las vertientes de plata fugitiva
que dibujan en las faldas de la piedra
nervaduras esmeralda.
En la razón del humus y la gota
y la terca utopía de la raíz, te miro,
en la constelación de las sustancias
y la maravilla del vino en su luna precisa.
Por las crepitaciones del pan,
en la mesa servida, te miro
embarcado en la claridad de tu cuerpo
en el mío, y en mis manos
te miro, en la vastedad de tu boca
en cada relámpago de la noche en calma
donde habitan los labios que se anidan,
en el pequeño país de los besos, te miro.
Gabriel Impaglione-
Pingback: 4 de abril de 2018 : : Cronica Literaria