Si sostuviera su mano, si la mirara a los ojos, si nos mantuviéramos en silencio para que el ambiente se cargue con la electricidad que surge de dos corazones latiendo al unísono, si después pudiera musitar unas pocas palabras entrecortadas cerca de su oído, si al acercarme su piel percibiera el calor de la mía, si su aliento y el mío se mezclaran en una sola respiración antes de ningún contacto físico, si llegáramos por fin a cerrar los ojos al mismo tiempo para mejor sentir la intensidad del momento que vivimos, tal vez podría olvidar la tosquedad de su atuendo, el poco arte con que cortaron su cabellera, la desmesura de los ojos que parecen implorar algo imposible, el olor del miedo ahora, en estos momentos de la última entrevista, antes de que la puerta se abra detrás de nosotros y entren los hombres encargados de llevarla, a pesar de sus alaridos, hacia la cámara donde la espera la silla fatal.
De Ficciones Salvajes
David Lagmanovich-