Desde el patio de sus ojos de azufre vienen
tías a hablar de un niño en tránsito
a muchacho,
sentado
en medio de una sala en sombras
peleándose con moscas
y bemoles.
Se entrecruzan con abuelos difusos que aseguran
saber a quién
corresponde ese rostro de foto
en la plaza del pueblo.
Discuten con vecinos, convencidos,
que había una mujer
-madre del aire-
zurciéndole los codos al crepúsculo.
No faltan voluntarios para nombrar caballos
de madera
que no trotaron nunca.
(No intentes explicarles que no coincide el año,
que odiabas el piano,
que es otro el que aparece al borde de la fuente,
que te asustabas de perros y caballos.
Acepta por respeto a los mayores,
su brújula,
su almanaque,
su reloj,
y prepárate en algún tiempo más
a hacer lo mismo…)
Luis Alberto Carro-