La mujer tenía una memoria muy especial vaga, vaporosa, ciertamente difusa.
Cada hombre entonces era el primero. Eso los arrojaba hacia ella. Querían ser la Magdalena en la boca de sus recuerdos. Querían romper la tersura esfumada, que bordea el olvido, hasta inscribir su rotundo cuerpo-nombre de varón. Querían meterse tan adentro como una verdad o una belleza. Ella deleitada por esos intentos, les abría las puertas del alma y de la vida. A todos menos al neurólogo, que le había dejado esas pastillas que seguro eran capaces de terminar la magia.
Cristina Villanueva-