Con el último sol muere la ilusión del día.
Los negocios bajan las persianas
y las calles van quedando desiertas.
El canillita apila, entonces, los diarios matutinos,
hace un fardo con ellos y los deja en el suelo.
La pequeña florista, mientras tanto,
con la piel erizada por el frío,
se abriga como puede contra las paredes.
Desde la cocina de los restaurantes
llega ahora hasta la puerta el típico olor de las frituras
y los bares acogen a putas y dipsómanos.
En la esquina de la Universidad,
una mujer, que blande un crucifijo en una mano
y aprisiona una Biblia en la otra,
anuncia a los desavisados el final de los tiempos.
Artera, la noche avanza hacia el momento exacto
en que el suicida apretará el gatillo.
Sí, todos los proyectos de vida fracasaron a esta altura
y el mundo parece cansado de rodar.
Cuando el viejo mendigo se duerme finalmente
sobre un lecho de bolsas y cartones,
ya no es posible esperar ningún milagro.
César Cantoni-