Salía de su cita con el cardiólogo, había sido dado de alta, a pesar de su reciente infarto del miocardio. “Usted va a vivir cien años”, había dicho el galeno y él, feliz, iba a celebrarlo con un paseo hasta el mirador.
Durante el viaje en taxi, disfrutó los aromas familiares, los parques, los viejos edificios, libre del peso que lo atenazó durante los últimos días.
En el telescopio había una extranjera, lo supo por la capa oscura y el sombrero que resguardaba su pálido rostro; sus conciudadanos vestían de colores vivos y dejaban la cabeza al descubierto, exhibiendo la piel morena por el sol.
Esperó con paciencia… La dama demoraba bastante y él estaba ansioso por saludar a su ciudad; en fin, bastaba asomarse a la baranda. Disfrutó contemplar la vida bullendo allá abajo, dejó la mente volar con fuerza renovada.
-¿Todo bien, Francisco? – le sorprendió la voz de la desconocida.
Se volteó, comprendiendo el porqué de su presencia.
-Pero, hoy… el médico dijo… – balbuceó.
-No confíes tanto en juicios de humanos – respondió ella con una sonrisa, dándole un leve empujoncito que lo hizo caer al vacío -, tu verdadera cita era conmigo.
Marié Rojas Tamayo-