Desde niño siempre te buscaba,
está en todas partes, me decía mi madre y no estabas;
te buscaba en la imagen que presidía la casa,
serio, dolorido, imperturbable, manso y paternal,
pero no hablabas.
Te buscaba en el catecismo mío,
en el pan, en el vino y en el agua,
en el ritual de la cena que bendecía mi padre
agradeciendo la pitanza diaria;
en la liturgia del fruto y la semilla
y en el rodar de las horas demoradas,
en el canto de la acequia y en la pala;
te buscaba en todas partes, y no estabas.
Ahora, cuando los años me aprietan la garganta
y me apuran los tiempos de la siega,
por seguir buscándote, te encuentro al fin
en lo más profundo de mi alma,
y te pido, y me das,
y te hablo y me hablas,
y te miro y me miras,
y te pido perdón, y me perdonas.
Alabada y bendita sea tu gracia por haberte encontrado,
cuando la noche puebla mis horas
de grises y nostalgias;
cuando me veo demorado en mis hijos
y un enjambre de nietos me rodea,
cuando sueño a veces con la cita
y con los ojos de la mujer que amaba.
¡Gracias, Señor por encontrarte,
en las últimas tardes que me quedan!
Gustavo Vicente Córdoba-