Dormido,
una mano suavemente enrizada,
como si acabase de atrapar un pájaro,
el pez vendido de la ingle,
su rosa exangüe,
como lo llamado que después gotea,
como si se estimase el sedoso peso de pétalo,
el peso del mundo debajo de las piernas
empujándome al hondo más obscuro,
arrastrándome como una aguja de madera
a la superficie del naufragio,
a la otra orilla,
donde yace como un pene el caballito de mar,
rozándome los labios del viento
los pezoncillos,
una rosa atrancada en la arena
que sólo un perro con pulgas lamería.
Pere Bessó-