Los días transcurrían calculando
el rendimiento de los surcos
que se han de llenar
con el apasionado galope.
Al pie de carretera pensaba:
no está mal, ser un arado
y vislumbrar más que el espacio,
los territorios del tiempo
donde el hombre espera
mientras agoniza.
Hay belleza y gratitud
en la vitalidad del pan nuevo
y sus sabores acelerados
por sutiles espirales
de consumadas realidades.
En contacto con otros climas y abismos
florezco en la nieve y me sumerjo
en densidades de espejismos.
En trote apasionado vienen alientos
sobrepasando silencios.
Culminan la transfiguración del carbón
en brillos diamantinos.
Mis brazos extienden
rastros de tempestades
y la sed me lanza a existir.
Nuestros vientres sonoros
gestan latitudes de soles,
voces de islas donde reposa el alma.
Las distancias recorridas nos unen
porque el infinito no puede recorrerse a solas.
Es una férrea ligazón a la que obedezco
y al tallo de acuáticos tejidos,
en vidas desbordando
emulsiones cambiantes
contra lo que pueda oler a destrucción.
Allí, en la invocación del viento,
entrego mis vacíos.
Jaime Icho Kozak-