Yo buscaba tu falda para andar
mi cansancio,
y tus brazos en círculo para guardar
la espera,
cuando el sueño era sólo una palabra apenas
dibujada en los años
del agua y de la siembra.
Yo buscaba tu voz
para mi oído niño,
tu voz;
oro, mirra e incienso,
tu voz
que era el pesebre donde anclaba
mi noche,
antes de haber crecido desde el niño
hasta el hombre…
Hoy busco yo tus manos para calmar mi fiebre;
dolorido de tiempos,
las ausencias, me dejan
un sabor a nostalgia, a mosto avinagrado,
a un agua sin acequia…
Y sigo recorriendo las calles de mi tarde,
apretando, en mi mano,
¡la noche de tu ausencia!
Gustavo Córdoba-