Sé que la noche fulgura en este muelle,
por eso es preciso que oculte su silencio
o que despierte instantánea, o mejor aún
que no comprenda el sueño
de tu cuerpo desnudo en esta alcoba.
Tiemblas de placer, te ahoga el abismo
y el origen cerrado de mis tanteantes dedos.
Me hablas en un idioma de velos y ternura,
en una lengua que no entiendo,
en un friulano que celebran los astros.
Ahora de súbito, cuando la noche
se instala en un confín posible,
los espejos navegan por un bosque jadeante.
Atenazados por el deseo inmóvil del Adriático.
Carlos Penelas-