No debe ser norma
tener dolor de aire en las pupilas,
flotar sin presentirlo, sin tener un motivo.
Sentir asco por todo
o enredarme en el verso
y desaparecer aunque nadie lo note.
No, no debe ser normal
depender del naufragio,
del “ya no hay remedio”,
“tenga fe, eso funciona”.
Llenar mi botiquín con mansas mariposas
o polvo de serpientes segadas por la luna.
Aquí en la avenida
todo es anormal y a nadie le importa.
Hay mil y una palomas,
mil y un almas revolotean y chocan
como inmensos abejones de siempre.
Un niño no vidente falsifica la vida
y canta una ranchera.
Una adolescente se levanta la falda
pero solo la miran el policía que escupe
y el drogadicto loco que estira la mano
para medir el borde del abismo
y calcular el salto.
Mil y un vendedores se lanzan al acecho,
insisten, gritan,
tratan de convencerme:
“melcochitas de coco”,
“llévese un recuerdo
venga tómese una foto
aquí con las palomas”.
Y el recuerdo me regresa veinte años…
Justo frente a la estatua de Beethoven
una ocarina proscrita convulsiona;
solo diez metros más a la derecha
me intercepta Calderón de la Barca
y me recuerda que la vida es sueño.
Del libro La soledad del ébano
Lucía Alfaro-