Por aquellas noches,
había aroma a carnaval
entre el apretujante calor
y el bullicio de la vida.
La plaza atiborrada
de corazones alegres,
junto al pochoclo
y la estaca de juguetes.
Colosales carrozas
desfilan para nosotros,
absortos y boquiabiertos
dejaron a los niños.
Tantos son los colores
que me tiñen la visión,
tan potente es la música
que me sacude la razón.
Por ínfimos momentos
la calle es de los chicos,
agitando espumas
y revoleando serpentinas.
Sobre el final se oirán
los llantos de caprichos
y las risas de amor,
es el gran regocijo.
Sin saberlo, aquél fue
el último descabellado
febrero de mi infancia…
y yo que soñaba despierta.
Rocío Bragaioli-