En el desván,
inclinada en un rincón,
las mejillas tiznadas de distancia
y arrugado el ropaje,
la encontré…
Mi primera muñeca,
la que dejó Melchor en mis zapatos
un seis de enero,
cuando mis cuatro años asombrados
contemplaban un milagro de amor.
La bauticé Lucía
y la acuné con temor entre mis brazos.
Después:
El tiempo transcurrió rápidamente
y la olvidé.
Quizás mi adolescencia,
había descartado la inocencia
para buscar caminos más osados.
Cuánta distancia desde aquel entonces.
Cuántos silencios escondidos en las sombras.
Cuántos eneros pasando por mi vida.
Cuántos reencuentros, cuántas despedidas.
Hoy…
Recordé su rostro fabuloso
y corrí hacia el desván de los recuerdos,
me miró, temblé, no era la misma.
¡Había dolor en sus ojos de amatista!
mientras un rayo de sol acariciaba
una lágrima que lentamente resbalaba
dejando en sus mejillas arrugadas
¡¡¡Las señales que el tiempo no perdona!!!
Lydia Pistagnesi-