La nave central tuvo
aires de basílica cuando
escuchó las primeras voces.
Raigue apenas entonaba,
sacudía sus abanicos
y el siglo dieciocho
se abría la camisa,
un durazno
le latía entre los pechos,
brillaban
a la luz del Señor.
Ellas son como
la libido de María,
pacientes,
exactas,
tumultuosas,
dominan con sigilo,
cantan y beatifican la piedra
de tu corazón gastado,
extraen de las uvas
el calor justo,
ponen la mesa, siempre
hay un lugar.
Nadie arrastra
sus pies luego de verles el alma,
se disparan los aromas,
las voces suben,
te dibujan un coro en el vientre,
ellas son una humedad
para todos,
el asombro,
una raíz en los pulmones.
Son mujeres que cargan
un amor purísimo
que aletea,
y uno no sabe qué pasa.
Sergio Pravaz-