En la casa vetusta del planeta
se aglomeran ateos y creyentes.
Esperan con oídos impacientes
la anunciada visita del Profeta.
Lo esperan el prosaico y el poeta
para verlo con ojos persistentes.
Cada cual entre dudas diferentes
lo ve por el abismo o por la meta.
El poeta le cree y así lo nombra
creador de la luz y de la sombra;
de la ruina fatal y de la fama;
de la gota de llanto y de la risa;
del violento simún y de la brisa;
de la lluvia sutil y de la llama…
Francisco Henríquez-