El niño que nos mira desde un andén vacío
es como un equipaje
que alguien ha abandonado.
Sueños sin esperanza.
Música sin destino.
Futuro indescifrable de páginas en blanco.
¿Cómo olvidar sus ojos donde el azul se apaga
cubierto de cenizas?
Cielo que hemos perdido…
¿Cómo olvidar sus manos que crecieron a golpes
y la tierra inclemente sobre sus pies desnudos?
Le prometieron vida desde una sucia cuna.
Mamó la leche amarga
de unos pechos vacíos
y en el agua lodosa de charcos malolientes
jugó en tardes de invierno,
nadó en tardes de estío.
La puerta de su casa no tiene cerradura.
La puerta de su alma
sufre siete candados.
¿En quién puede confiar un alma traicionada
si de tanta inocencia
no nos hacemos cargo?
¿Cómo olvidar sus ojos y su mano extendida?
No alcanza una limosna para tanto abandono.
Se turba la conciencia cuando en esas pupilas
a veces, una lágrima, grita: ¡Yo te perdono!
Algún día será (niño de ojos cansados)
un hombre como tantos,
crucificado y vivo
entre amores y sombras, dolores o pecados
y llevará la imagen del cielo que perdimos
en la carita triste
de un niño abandonado.
Ana María Godoy-