Me circunscribe el pálpito que humea en el fuego,
la pócima ancestral de la danza,
la plural telaraña que nos hizo creer
que éramos mariposas inconclusas
sobre las húmedas laderas de Macondo.
Me circunscribe el beso,
los charcos asustados de este siglo
que en torrencial lujuria
me atraviesan entera.
Esta incorregible y desdoblada nostalgia
que me invade cuando amo otras metáforas,
otros desasosiegos…
La memoria me cabe en una gota de agua
escondida con las niñas
que tiemblan en mis ojos.
En el cerrojo que aprisiona
esta mortaja a medio terminar
y cada punto cruz que se bordó en mi cuerpo.
Me circunscribe, ambigua y locuaz,
un corazón rebelde, todavía de pie
en mitad de este cuerpo.
Los sonetos de Shakespeare,
aquel réquiem de Mozart,
la trova de Serrat o de Pablo
y el roce despistado de tu mano en mi pierna
cuando me vence el sueño.
Me circunda la ausencia del ángel
que me guarda de ser siempre perfecta,
de solapar el veneno y la duda
y de usar la palabra precisa
cuando debo callarme.
Del libro La soledad del ébano
Lucía Alfaro-