Un libro no presume en su conjunto
resumir la visión de quien lo escribe,
su quehacer es del alma si describe
de lo malo o lo bueno cada punto.
Por lo tanto no quiero ni es mi asunto
pregonar en su esencia lo que exhibe;
solamente el lector es quien concibe
si ha de darlo por vivo o por difunto.
No temo ni a las flores ni a los cardos:
A mi alforja sin fondo van los dardos
que pudiera lanzarme el vulgo hiriente.
Que piense cada cual como le guste.
Nada habrá que de veras me disguste.
¡Si los hice pensar ya es suficiente!
Francisco Henríquez-