Con mi habitual parsimonia
y la inusual ceremonia
de ofrendar mi pecho abierto,
vi que el orbe enajenado,
con su paso conturbado,
rodaba sobre un desierto.
Como si un vestigio incierto
triscara en raro concierto
voz de un púlpito crispado,
rodé a mi vez como un cierto
sentido de hallarme muerto
dentro de un pulso inviolado.
Me vi sin mar y sin puerto.
Vivir y estar sepultado.
Del libro Mazorcas adultas
Rodolfo Leiro-