Se resbala la noche en la piedra vigía
como el casto ropaje que estorba las pasiones;
se resbala mi cuerpo en tu cuerpo de amante
escandalosamente.
Socavo tus cimientos con el golpe preciso
de este pétalo oscuro que me espesa la boca;
extraigo con mi piel el mineral desnudo
que subyace en tu urgencia.
Aquí el amor parece más solemne y profundo:
en este templo vivo cada emoción innata
multiplica su hondura.
He venido de lejos para parir amores
en el triángulo mínimo donde el alba es distinta,
para impregnar de besos la aurora de Oceanía,
el balanceo rítmico de los glaucos navíos
y las flores trenzadas en vívidos collares.
He venido de lejos para tomar tu mano
y aprender a nombrarte en una lengua extraña,
para tatuar en tu piel domesticada
el cántico tribal de los hombres oscuros.
He venido de lejos para gestar pasiones
y tocar con mi oído reverente
el silencio deslumbrante de la piedra.
Del libro Ojos que miran al cielo
Raquel Fernández-