Despertó sobresaltado. Quería llamar a su mujer, convocar a alguien, explicar lo que había soñado, pero no recordaba ninguna expresión. Las palabras y las frases no acudían. Al parecer podía pensar, pero no encontraba la forma de expresarse. Abría la boca y rápidamente la cerraba al no poder articular sonido alguno. Caminó por la casa, mirando todos los muebles y rincones para que, al reconocerlos, se le ocurriera algo; pero no había nada, su capacidad de expresión verbal había desaparecido. ¿Su mente? No, su mente estaba bien: era su voz la que no reaccionaba, ni en su propio idioma (y él ignoraba cuál era) ni en otro, porque seguramente debía existir más de uno. De pronto creyó encontrar una salida: se dirigió a la biblioteca y hojeó un libro, luego varios más, pero miraba las líneas de tipografía y éstas no le decían nada, estaban tan mudas como él mismo. Cuando su mujer, extrañada por su ausencia de la alcoba, vino en su busca y le dijo algo, él no entendió sus palabras y las lágrimas comenzaron a correr por su rostro.
David Lagmanovich-