Alguien más como yo,
nacido opacamente de otra desesperanza,
de otro par de minutos entre un júbilo heroico,
como hacer el amor entre las balas,
como hacer el amor con las rodillas
enterradas en ciénaga sin fondo.
Alguien más como yo,
nacido dulcemente de una ilusión absurda,
de la vana lujuria del sol bajo los árboles,
como un pacto secreto
para ahuyentar a la melancolía,
como una paradoja de la sangre.
Alguien más como yo,
con estas manos amplias,
el pie inquieto, los ojos incansables
y la indómita boca
que no sabe mentir prudentemente.
Nacido en la tormenta o en la calma,
fatalmente nacido
entre estiércol o sábanas de seda,
arrojado en el mundo sin permiso
contra toda ilusión y toda lágrima.
Alguien más como yo sigue viviendo
cada minuto trágico y divino
con su obcecado corazón de ave,
con su fulgor de auroras en el pecho,
con la pena y el hambre y la alegría,
en el odio, en la furia, en el silencio…
El mundo nos separa y nos enfrenta.
La historia crece sobre nuestros huesos.
Ese hombre como yo pide justicia
frente al eterno giro de los tiempos.
Un ser hecho de amor y de armonía,
un milagro infinito y cotidiano
del cual nunca sabremos el secreto,
con la piel blanca, negra o amarilla,
con los ojos celestes o morenos.
¡Un hombre como yo me está aguardando
en las puertas del cielo
o del infierno!
Ana María Godoy-