A la hora en que las aves duermen
con la elegancia que las caracteriza
llegué a Puerto Despierto
y colgué en el aire algunos cuadros de Quinquela.
Los pescadores hablaban con los peces
advirtiéndoles de la terrible trampa que es el anzuelo
y me entretuve en mirar dos o tres recuerdos
que sobrevolaban la mente de un suicida.
Una anciana que estaba por ahí de picnic
me alcanzó un mate
pero yo le dije que no sabía jugar al ajedrez
y ella emitió una risa clara y buena.
Una villa miseria bailaba en la otra cuadra
por un sueño perdido
y una radio vomitaba partidos de fútbol
con goles que se ahogaban en el agua amarga.
Los borrachos y los pecadores iban y venían
dando tumbos de vicio y de lujuria.
La soledad paseaba desprevenida por la rambla.
De pronto, llegó la policía
y se llevó presa a una nube que amenazaba lluvia.
Yo me quedé mirando cómo las mariposas
tomaban sol en la rambla junto a las gaviotas.
Jorge Luis Estrella-