No fueron suficientes las piedras que recogí
para marcar este territorio.
Además, la madera que señalaste guardar para el fuego
nunca calentó el hogar y la cama continuó tan blanca
y abierta como hasta ahora.
Todo este trabajo fue en vano porque los días continuaron
envejeciendo en sí mismos.
Pero lo que resultó verdaderamente inútil
fue el animal que me ordenaste domesticar:
esta bruta representación que come de mí
para alimentarte cada noche.
Después de la luna comienzo a dar vueltas en redondo
y golpeo ceremonialmente el lomo contra los bordes.
Así voy al apetito de mi memoria donde hay un día
idéntico a éste, un día con un tipo contando las piedras
apiladas junto a la leña, al mismo tiempo que acaricia
a un animal cuarentón que habla raro
y que dice resultarle familiar
tu voz cuando te escucha.
Ricardo Miguel Costa-