Nos torcíamos en la lluvia.
Y qué ronco animal: el verbo
trueno de su altura
para la piel el agua hermana
para los besos
y para oír los gallos
en el nublado atardecer de los días.
Nos torcíamos en la oscuridad.
Esqueletos de hermosuras ciegas de sí
en el centro de la humedad
estaban
siempre
esperándonos.
Adivinos pies de la lluvia ¿cómo hacían?
para encontrarnos
siempre
frente a nuestros
cansados
huesos
del desierto.
Adrián Campillay-