Un ángel
sentado sobre una roca azul
mira
con sus ojos de ámbar
el vuelo frágil de un gorrión
sobre el espacio
y el aire tibio tiembla.
La mirada del ángel
traspasada de Dios
sobre el vacío
se vuelve
agua de cielo en un instante
y las manos de un niño
con las palmas abiertas
la atraviesan.
Es que algunos niños
pueden cruzar el infinito.
David Gerardo Curiá-