He regresado a la ciudad,
a sus presencias,
a su pulso frenético,
y al mirarme al espejo he descubierto
un resabio de sol en mis mejillas
y un siglo de nostalgia en mi mirada.
Nostalgia de redes y canoas,
de erizos y tortugas,
de vidas vividas con el ritmo
feliz de la marea.
Nostalgia de piedras gigantescas
que cantan en silencio,
de mitos,
de gérmenes fecundos
esparcidos por el Dios que añoró el hombre.
Esta nostalgia que me desordena:
puedo ver los sabores de la isla
y huelo sus colores.
Esta nostalgia que me despalabra:
cómo nombrar aquello que no tengo.
Esta nostalgia que me desdibuja:
deshojo mi piel en una nada
sin cánticos ni peces.
Una diáspora inusual de estrellas
ha convertido la noche ciudadana
en una boca negra.
En la isla soñada,
un niño alza los ojos al cielo
y sonríe gozoso al descubrir
nuevas luces en el firmamento.
Raquel Fernández-