Cantando viviste, cantando soñaste,
cantando reíste, cantando lloraste,
muchacho sencillo, muchacho de barrio.
De pronto brillaste en los escenarios,
pero tu modestia levantó barreras
para no marearte con tantos aplausos.
Mientras el telón caía despacio,
la gente pedía con gran entusiasmo
que otra vez volvieras con tu dulce canto
y en las marquesinas quedaba brillando
tu apodo famoso que allí habías dejado.
Eras el artista, tan solo en los teatros,
al hogar regresaba el hombre intacto.
Como un tesoro con celo guardabas
tu privacidad, rincón tan sagrado,
jamás concediste que tu vida íntima
llegara a ser parte de los espectáculos.
Tu fama creció por tu voz auténtica
y por el carisma que Dios te había dado,
cantando soltabas toda tu emoción, tu risa, tu llanto
como una bandada de los más diversos y sonoros pájaros.
Supiste entregar todo el corazón,
¡por eso el público llegó a amarte tanto!
y fue ese público que con reverencia
despidió tus restos, ahogado en llanto.
Las voces del pueblo seguirán diciendo:
Que llegues al Cielo ¡mi querido SANDRO!
que Dios te reciba ¡cantando! ¡cantando!.
Iris Gladys Blanchard Menéndez-