Suenan tres chiflidos.
Se levantan los ausentes en piloto
automático.
Toman todos del mismo charco y
remontan sus actividades:
Unos lloran,
otros ríen,
algunos critican a los últimos dos y
esos que quedan critican a los que critican.
Uno se desajusta mentalmente.
Se reanima.
Horrorizado ve a huesudos en blanco,
caminando abstraídos por hileras
errantes.
Parecen hormigas pero menos
enternecedores que estas.
Un pitido retumba en todas las paredes,
callejuelas y conciencias.
Todos se chocan entre sí, y, en lo alto,
se ve una mano que irrumpe
y apaga el percatador.
Se desmaya y queda devuelto a su letargo.
Ahora, en reconstrucción, vemos su cuerpo
tendido en aquella tierra apilada con casas
de formas espeluznantes, que emanan destellos
para el lavaje.
Un último grito los deja a todos de vuelta en
el sueño del sueño.
En una suspensión momentánea.
Mientras esto ocurre, un hombre observa todo
con una alegría inconcebible,
sentado en un sillón de cuero.
Carcomiéndose.
Imanol Prieto-
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