No es fácil encontrar palabras para recordar a un amigo que ha partido, cuando sigue tan presente en mi vida, como en todos estos años, mientras escribía mis libros sobre historia de Comodoro Rivadavia.
Durante el tiempo que trabajamos en Petroquímica, me hablaba de Galicia, su llegada junto a Preciosa, su madre. También de su trabajo en Kkm 8, las actividades en el Centro Gallego, excursiones de pesca y la música que siempre lo acompañó.
Sin importar su cansancio, al finalizar una larga jornada laboral, se reunían para ensayar junto a Juan Calo y los integrantes del grupo “La Tuna del Centro Gallego”, luego “La Rondalla Patagónica”. Solía contar anécdotas de viajes a otras localidades para hacer las presentaciones. Cuando participaron del “II Encuentro Internacional de Tunas Universitarias” en Santiago de Compostela, logrando obtener el primer premio. Y al fin del concurso, fueron homenajeados con una misa en la Catedral de Santiago Apóstol e invitados a encender el Botafumeiro.
Siempre colaboró con mi investigación histórica, dándome nombres y direcciones de antiguos pobladores, para que fuera a verlos en busca de sus recuerdos, a veces me llevaba hasta la casa en su vehículo. Después leía y corregía lo que había escrito sobre el trabajo petrolero, el campo patagónico, la fábrica de cemento, la antigua Europa, la guerra.
Él conocía todos los trabajos de la planta industrial, por haberlos realizado a lo largo de los años. Las anécdotas en los talleres, los asados, los trágicos accidentes que le ocurrieron. Frente a la fresadora perdió los dedos de la mano derecha, privándolo de continuar tocando el acordeón. En otra oportunidad, al regresar de su trabajo en el campo, su vehículo fue embestido por otro, causándole fracturas que lo dejaron postrado durante largo tiempo.
Fue un hombre que nunca se dejó vencer, reemplazó el acordeón por la pandereta y recuperó la marcha, aún con secuelas continuó con su actividad en la fábrica, la música y su constante sentido del humor.
- ¡Cómo viniste a parar acá para escribir sobre nosotros! – Solía decirme.
En el año 2011 cantó junto al “Grupo Lírico Amistad Sur”, en la presentación de mi libro “Pozos” en la Asociación Portuguesa. Fue un grato encuentro con amigos y la última vez que lo vi.
En mi departamento del barrio de Palermo, abro las ventanas mientras suena su voz en “Clavelitos”. Celso canta desde el cielo y aún me cuesta creer que ya no está en este mundo.
Gracias por tantas horas compartidas, por contarme anécdotas para escribirlas, por regalarnos este hermoso arte.
Hasta siempre, gallego Celso Castro.
María Teresa Dittler-
Pingback: 12 de junio de 2013 : : Cronica Literaria
Que hermosa nota, era mi tio!!!