Pero ya no se demora
la tarde en los ojos
amados. Fulgurantes
monedas, denarios de sol
para una despedida.
Ilusión de otro tiempo
vagamente dichoso
desvaído en creciente
penumbra. Ay qué sola
en lo alto sueña la luna.
Un silencio en torno
hay que aturde los huesos:
duro viento de un tajo se lleva
hasta la sombra más leve
de las últimas nubes.
Alejandro Drewes-
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