El silencio de la siesta envuelve sensual
el zumbido de tu vuelo.
Te deslizás sobre mí con liviandad y estupidez,
con sensaciones recíprocas,
más el propósito de no abandonar el placer.
Sólo despedaza la tarde
el silbato de algún heladero,
que rezonga un viaje de desesperanzas.
Te alejás un poco y te miro atentamente.
¿Cómo endulzar mi piel para que no te vayas?
Espero cien criaturas como vos,
saboreándome, rozándome,
activando zonas dormidas.
Oigo tu vuelo frívolo que me adormece.
Veo tu zig—zag baladí, de mosca efímera y tonta.
Y volvés, aunque a veces yo te asuste
con alguna torpeza de mi brazo.
Adivino tu intención de hurgar mi boca.
Me abandono.
Fundida con vos en el calor de la tarde
te disfruto. Y vos a mí.
El tiempo se detiene como en una cama,
entre tus alas y mi hedonismo incorregible.
Cecilia Bigetti-