La de los lazos azules como alas posadas sobre sui inocencia.
La primera en entregarme su luz y magisterio.
La que tuve en mi lecho de alquitrán y almendras.
La que fue solamente vuelos inconclusos.
La que ardió junto a la llama del consuelo.
La que arrimó su vuelo a mi encendida sangre.
La que supo de alquimia aquí en la tierra y en el agua mutiló sus sueños.
La que amó hasta arder en mis candiles,
la que no amé sino sus alas.
La que nunca se puso de rodillas y amé hasta su sombra.
La que no fue más que una leyenda.
La que supo engendrar mis astros en su vientre.
La de entonces en sus vuelos migratorios.
La de sabor a mar entre sus muslos.
La que clavé en una cruz según el Evangelio.
La que recitaba a Carilda durante sus orgasmos.
La que volcó en una noche su tazón de estrellas sobre el vientre.
La de los crepúsculos en paz con sus caderas.
La que hoy me olvida o me recuerda en sus olvidos.
La que leyendo estos versos me maldice.
La que dice amar en mí este silencio.
La que no fue y nunca existió sino en cada una de ellas.
La que vi de perfil, mirándola de frente.
La lunática.
La perseverante.
La patética.
Y aquella, y la otra.
La de mis versos.
La de mis silencios.
Ernesto R. del Valle-