La puerta se sostiene
en una pared resquebrajada
y el molino en el viento.
Figuras que se arropan,
aniquilando el vacío
que transmuta la inocencia.
La noche en vendaval de espinas
se levanta y ve soplar el viento.
Sobre el tejado el sol
ya maniatado
irrumpe en corolas sin pecíolos
cual un mar que ha perdido sus olas.
La cerradura no encuentra
en la espesura ningún sonido, solo
hay un ruido
cuando se cierra una ventana,
nunca la puerta.
¿Odio sin alas? No, Ana. Yo amo.
Pero en Bagdag
el agua yace, púrpura,
en la calle del último atentado.
Marta Zabaleta-
Muchísimas gracias, Marcelino, por publicar este poema mío.
Me has dado una gran sorpresa, amigo.
Abrazos
Marta
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