Entre el mar y nosotros, los libros. Abriendo el horizonte y el silencio. Policiales negros en una casa blanca.
Ahora que el largo adiós a esos momentos ya fue dado. Entiendo que ese otro lado de la realidad, corrupto, sangriento, con largas rubias de largos tacos y detectives con un vaso siempre a mano, sólo podía ser leído en ese encanto, que quizá no fuera tan encantador, pero para mí lo era.
Esos mundos extraños y lejanos estaban en los libros devorados mientras todos dormían y se acallaban los ecos de juegos, calesitas, y el fuego de los leños. Todo tenía las fisuras por las que luego se colarían los dolores. Ahora la violencia de la muerte y del paso del tiempo nos tocó. Un idilio derrumbado.
El mar, como un gran animal furioso y bello, parece lo único cierto entre tantas carcomidas certezas. También la mano de él en el desayuno cubierta de picaflores, las niñas jugando, el perro, la receta de pan con queso, tomate y orégano, regalo de Italia al paisaje del jardín.
Por suerte ya leí esos policiales, me digo ahora que el mundo parece una gran novela negra devastadora y me falta el amparo de mi ficción de arena perdida y a veces recuperada.
Cristina Villanueva-