Develarle al hombre,
que los ángeles no están en el cielo,
sino debajo, en lo más profundo de la tierra.
Develarle también,
que ya ha experimentado la eternidad y la muerte;
y que todo es posible,
mientras exista la convicción y el argumento.
Develarle que un pez en el agua,
vale tanto como un ave en el cielo,
y como un niño que camina, solo e indefenso.
Develarle que beber vino,
no es sino anhelar nuevas cosas;
que el sapo y el lagarto le huyen,
pero no lo respetan.
Que el cielo es celeste,
aunque solo eventualmente.
Que su sombra no es sino el reflejo adverso de su alma.
Develarle al hombre que aquél que lo comprende,
se transforma en su amo;
y que los Evangelios Apócrifos,
son tan falsos como la verdad y la mentira.
Develarle que en la ciudad,
se aleja insistentemente de sí mismo;
y que aquél a quien más teme, es sólo a él y nadie más.
Develarle que el mar,
será un sinónimo de literatura;
y que un ejemplo,
no es sino una metáfora cotidiana.
Develarle que Schopenhauer
inmortalizó al universo en veinticinco años;
y que extrañar,
es la forma más desinteresada de querer.
Develarle al hombre que no hay viaje más grato que el del tren,
y que la mañana es la primer y última puerta del día.
Develarle también que aquello de lo que escapa,
no se encuentra en su camino;
y que sus pensamientos,
son solo una vaga e inútil extensión de lo que siente.
Develarle que una poesía crea,
que una ley destruye,
y que lo único que permanece en la quietud es su mirada.
Juan Arabia-