Nada te debo, Amor, salvo la pena,
el herrumbre en los ojos por tanto desaliento
y la boca cerrada como una sepultura.
Cuando viniste, Eros, como ráfaga hambrienta
a libar de las rosas la miel de mi inocencia
las puertas del vergel fueron de seda
y todas las estrellas desveladas
a toque de silencio se llamaron
porque tu sueño fuera el más digno de un ángel.
Muchas veces llegaste desharrapado y triste
y otras muchas cubierto de un manto de oropeles
y la cancel abierta con la misma sonrisa
dejó libre el camino de tus pies traicioneros.
Nada te debo, Amor, salvo la pena
de haber perdido el tiempo que hoy me falta.
Silvia Long-Ohni-
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