En 1925, ya consagrado de manera rotunda en la Unión Soviética, Vladimir Maiakovski realiza un cruce iniciático del Atlántico rumbo a América para estrechar lazos con el movimiento obrero local. De este lado del océano, el promotor del futurismo comienza a tomar apuntes y se transfigura de inmediato en sociólogo, analista político, cronista de costumbres y economista para, al fin y al cabo, volver a ser poeta y describir un continente como si fuese visto por primera vez.
Visita fugazmente Cuba, donde adivina “flamencos color del alba que montan guardia sobre un pie” mientras los policías “protegen a los estadounidenses” desde abajo de una sombrilla.
Luego pasa por México y comprende que “cualquiera que derroque el poder con armas en la mano” es considerado un revolucionario en ese país; “y como en México cualquiera ha derrocado, está derrocando o quiere derrocar a algún poder, todos son revolucionarios”. Por último, llega a su destino final: las metrópolis industriales de los Estados Unidos desde donde se irradia la hegemonía del capital sobre todo el hemisferio: Nueva York, Detroit, Chicago. Ya sobre el final de la travesía, anota premonitorio: “Los Estados Unidos acumulan demasiada grasa. Pronto se convertirán en un país exclusivamente financiero, usurero”.
Ese tipo de revelaciones le dan forma a Mi descubrimiento de América: el registro lúcido, mordaz, implacable y deslumbrado que testimonia el viaje por tierras incógnitas de uno de los más grandes poetas del siglo XX. (Editorial Entropía)
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