Conserva la costumbre de pensar frente al mar
olvidando el corazón opaco de la tierra.
También goza la plácida caída de una lluvia
y cree que no existe otro mar como el que mira.
Se aleja lentamente pero vuelve al sentir
la furia del oleaje contra toscas y arenas.
Recompuesto ante el paso ligero de una brisa,
recibe el milagro de una imprevista calma.
Porque los años se volvieron otros
bajo este azul cenit tan leve como un sueño.
Julio Bepré-
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