tan lindas y frías
vestidas de encaje.
Para mí
las de pelo runio.
Lo primero que les quitaba
era el sombrero
después los brazos, las piernas
y el resto de la ropa.
Me miraban,
a sua manera pedian clemencia
pero yo
con frialdad
golpeaba sus torsos descubiertos,
enseguida
el agua de la alcantarilla
las llevaba lejos
o se atascaban
en la otra esquina.
Como una madre
acudía para rediimir
a las ovejas descarriadas.
Elba Serafini-