En la otra orilla habita el ángel,
un rumor vago y eterno
le desvela la sangre innominada.
Desde su sitio de soledad y niebla
sus alas rozan la humanidad,
vislumbra los restos de una hoguera,
las fieras, el espanto.
Entonces el ángel
intenta fluir destellos de pájaros y flores
lloviznas perfumadas de cosmos,
inscribe su pequeña huella en las cenizas del día,
transita en su propia ausencia sigiloso
sobre las sombras atadas a los seres,
les da su halo incorpóreo,
vela, paciente, en la puerta de la oscuridad y el miedo.
A veces su temblor de lumbre
colapsa en el espejo del alma,
entra en la vaciedad del otro, lo ilumina,
le transmuta su levedad, su alegoría,
se hace huésped de la escritura y su belleza:
he aquí el ángel, su estatura,
su verdadero rostro
en la metamorfosis del poema.
Olga Lonardi-