La miraba como nunca un hombre había mirado a una mujer; amor inconmensurable, extasiado. La miraba enajenado, se le hacían los ojos agua. Le había embrujado el alma.
Ella lo notó, mas, no dijo nada.
Se sentía la mujer más feliz del mundo.
Tocaba el cielo con las manos.
La vida le acariciaba todo su ser.
Ese momento infranqueable quedaría marcado a fuego en sus retinas.
Pero, ¿quién dijo que lo eterno es infinito?
En lo que la noche desprovista de pudores despertó al amanecer, fugazmente esa idolatría se había desvanecido.
La naturaleza de su afecto era narcisista.
¿Cómo explicarle a mis mariposas que ya no me quieres, se preguntaba ella?; ¿Cómo quitarme el dolor ovillado a mis huesos?; ¿cómo comprender que tanto amor, sólo duró un momento?
Continuará.
Bárbara Himmel
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