Él regresa. Como todas estas noches, yo fui quien lo ha invitado. Y otra vez está en la cocina con sus anécdotas que nos sabemos de memoria y sus reproches acerca de lo poco que limpiamos la casa.
Entonces pasa lo de siempre. Yo ya no lo soporto y lo echo: nuevamente me veo gritándole, empujándolo (¿pero hacia adónde?). Mi enojo es comprensible; abuelo está muerto y ya no tiene nada más que hacer en mis sueños.
Maximiliano Sacristán-
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