la sorda estampida de un galope
y el último relincho de aire anuncian el desastre:
hay que calzarse los guantes para no tocar el miedo;
en la epidermis, -arcaica entretela del goce-,
suturar este torrente de óxido que se cuaja en las arterias;
amarrar los fluidos fosforescentes
con esta ración de dolor imperdonable
que la noche dará de comer a los microbios:
rotular su nombre para que nadie
confunda la íntima dimensión de la derrota
disimular esta lejía de lágrimas desobedientes
que buscan asilo en otro mundo,
controlar las inútiles pertenencias en disputa;
registrar la degradación, retirarse hasta que la liturgia se repita.
Alfredo Luna-
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