«Hoy, ya hace nueve meses que no se hablan.
Cada uno vive su retorno sin fin, aquel donde se instaló la ruptura por decreto.
Él, relee de vez en cuando tanto amor atrapado en el monitor.
Ella, lo siente en su vientre. Nunca más se hablaron, ella pensó en hacerlo, si, tuvo ganas realmente, pero se contuvo. A él ni siquiera se le ocurrió, se conformó con la idea que ella representaba. Menos sabía aún que ella a su hijo esperaba.
Un 27 de marzo, sola, como tantas mujeres, parió en el Sanatorio de la Trinidad. Cambió de hábitos, de casa, de trabajo incluso, cambió de vida, nuevos aires respiraba junto a su hijo varón Pedro. Todo de él, la hacía feliz.
Habían pasado tres otoños ya, cuando una tarde de abril, de la mano de las primeras y coloreadas hojas del viento, una silueta se dibujó tras la puerta. Se escuchó el timbre y Pedro, como todo niño arremetió hacia la entrada; sin escuchar las palabras que su madre aún le decía, abrió la puerta. Ahí estaba él, como una bandera hecha jirones, entre silencios, esbozos de sonrisas, temores, inocencia, y sorpresa, todo pasaba frente a sus ojos y al del pequeño Pedro que observaba con una dulce ingenuidad tanta complicidad.
Bárbara Himmel-