Por Jorge Eduardo Lenard Vives
En el panorama de la Literatura Patagónica se destaca, como uno de los centros culturales de la región, esa ciudad frente al golfo -que no es inmóvil como el río de Eduardo Mallea, sino que se encrespa con el sempiterno viento del oeste- y al pie del Chenque, culminación de la estepa, esfinge mesetaria adentrándose en el Atlántico,
espinazo de algún saurio dormitando por el sur,
arrullado por el viento del desierto sideral,
al decir del poeta Mario Cabezas.
Comodoro Rivadavia muestra a lo largo de su vida una pléyade de escritores que se remonta a sus orígenes, allá por 1901. Uno de los primeros nombres es el de Ramón Gorraíz Beloqui, que en 1914 se desempeñaba como periodista local. Si bien su estadía aquí fue corta, pues luego volvió a Buenos Aires, su terruño natal, dejó muchos escritos sobre estas latitudes. Entre ellos, el folleto “Comodoro Rivadavia”, ganador de un concurso literario nacional en 1918; donde describe el naciente villorrio. Hacia esa época, la zona también recibe la atención de Jorge Luis Borges. En el verano de 1921 a 1922, acompañando a su familia el eximio visitante recorre los “Yacimientos del Chubut”, según sus palabras; y allí escribe el poema “Jardín”, incluido en el volumen “Fervor de Buenos Aires”:
En un declive está el jardín.
Cada arbolito es una selva de hojas.
Lo asedian vanamente
los estériles cerros silenciosos
que apresuran la noche con su sombra…
Con el tiempo se agregan nuevas figuras, algunas de ellas temporarias; tal el caso de Dalmiro Sáenz; que en los años cincuenta aprovecha sus experiencias australes para escribir su tomo de cuentos “Setenta Veces Siete”. Antes, a mediados de la década del 40 y proveniente del Valle del Chubut, Aurelio Salesky Ulibarri se había radicado en el barrio Astra para trabajar en la firma homónima. Desarrolló su actividad literaria durante varios años en la comarca, aunque más tarde se asentó en la provincia de Córdoba. Entre sus muchas obras escritas en el sur, se cuentan los poemarios “Prisioneros” (1958) y “Patagonia poética” (1965), el ensayo filosófico “Trasuntos de la Vida” (1961) y la novela “Rincones de Odio” (1963).
No debe dejar de mencionarse la presencia de Carmen Escalada, hija del doctor Federico Escalada, investigador que redactó “El complejo Tehuelche”. A esta escritora pertenecen los volúmenes de poesía “De la tierra al corazón” y “Transparencias del tiempo”; tras permanecer varios años en la zona, la dejó para ir a vivir a la Capital Federal.
Uno de los principales artistas vernáculos es Asencio Abeijón. Nacido en Tandil en 1901, cuando tenía tres años sus padres se radicaron en este territorio. Fue una de las primeras plumas sureñas que superaron la barrera del Río Colorado. Dejó diversas obras de tinte costumbrista; entre ellas “Memorias de un carrero patagónico”, “El guanaco vencido” y “Recuerdos de mi primer arreo”. Con el tiempo surgieron otros creadores, como David Aracena (“Las palabras y los días” y “Papá botas altas”), Anita Pescha de Aracena (“Cómo son de azules las palabras”), Tadeo Blas Cáceres (“Narrador narrado. La fuga del cuentista”); y Raquel Aloyz de Simonatto (“Raigambres sureñas”).
En la actualidad se destacan muchos autores. Por ejemplo, Hugo Covaro y Ángel Uranga, en narrativa; y Cristian Aliaga, Rubén González, Felipe Alarcón, Alfredo Lamas y el ya citado Mario Cabezas, en poesía. El ensayo también está presente, en especial el histórico, a través trabajos como el de Liliana Esther Peralta y María Laura Morón sobre la inmigración boer y las numerosas obras de Alejandro Aguado. El listado es por fuerza incompleto, y no refleja la totalidad de la riqueza literaria del lugar. Pero el espacio de la nota es tirano; y permite sólo, por ahora, una escueta nómina.
Un aspecto que revela el nivel cultural de la urbe, es la presencia, en distintos momentos de su existencia, de publicaciones de crítica y difusión literaria. Una de las precursoras fue “Trépano Celeste”, órgano de la Peña Literaria de Comodoro Rivadavia fundada por Eduardo Gallegos, otro de los literatos autóctonos. Con el tiempo llegó “Crónica Literaria”, que dirige Marcelino Alvarado. Cuando en algún momento este blog dedique una nota a los suplementos y revistas literarios de la Patagonia, estos dos magazines tendrán un sitio de privilegio en la reseña.
No se puede terminar este artículo sin mencionar la presencia cercana de Rada Tilly, población independiente aunque compañera inseparable de Comodoro, donde vive Angelina Coicaud de Covalschi, reconocida artífice de numerosas novelas. También podemos mencionar allí a Iván Covalschi, que incursionó en las letras con “La decisión de Irina” y Oscar García Molina, arqueólogo aficionado cuyas peripecias originaron su libro “Por los picaderos de la Patagonia”.
Comodoro Rivadavia, suma geográfica donde el mar se engarza con la meseta y se une a la lejana cordillera por la cadena invisible del viento, es una síntesis de los factores que caracterizan a la Patagonia. Resulta un medio ideal para ambientar una novela; pero también para inspirar el cuento corto y la poesía. Porque Comodoro es esencialmente literaria. Lo literario rezuma en sus calles empinadas y tortuosas, en la visión permanente del golfo a veces calmo, casi siempre enojado, en sus múltiples y pintorescos barrios, en esos inesperados rinconcitos arbolados, acogedores y en ocasiones misteriosos, como el que encontró Borges en su tour…
Pero la belleza de Comodoro no es para cualquiera. Es para el observador inquieto que conozca en profundidad esta metrópolis petrolera, sepa de su historia y su acervo cultural y haya recorrido sus pintorescos vericuetos con el espíritu pronto a absorber las sensaciones que el paisaje casi indómito le brinda. Quien la comprenda de tal manera, no podrá dejar de reconocer que Comodoro Rivadavia es una ciudad donde habita la Literatura.